¡Hola me llamo Alberto y soy su enfermero!

La transformación digital no debiera implicar deshumamización profesional. Ambas son y deben ser compatibles.

Saturación, recortes, masificación, presión asistencial que nos machaca y nos quema.
Pocas profesiones han sufrido tanto en sus carnes el deterioro del sistema en estos años de carestía como la sanitaria.

Nos dijeron que la tecnología nos haría libres y apostamos por optimizar procedimientos, buscar eficiencia a costa de menos personas y más máquinas.

Y esa transformación sería muy útil si, los propios profesionales no fuésemos tan reticentes al cambio y si desde la organización se apostase por ls formación, optimización tecnológica adecuada y no solamente por adquirir la última versión.

La transformación digital nos deslumbró.
La empresa que no apostaba por ella quedaba descolgada y es muy cierto que sin la tecnología no hubiésemos alcazando las cuotas de eficacia, pero queda alcanzar la excelencia….

En algún momento de la evolución se nos olvidó que los sanitarios tratamos con personas, no con bultos. No somos una empresa de logística que almacena paquetes, no tratamos con materia prima inorgánica. No tratamos clientes, ni con historias clínicas ni con casos clínicos más o menos interesantes.

En algún momento de esta hiper tecnologización perdimos el foco, dejamos de mirar a la cara, dejamos de saludar, dejamos de preguntar por la familia, por las preocupaciones de nuestros pacientes. Había que hacer más con menos y rápido, todo rápido, quizá excesivamente rápido.

Datos y más datos, analizando “Big Datas de sufrimiento y penas” encontraríamos la solución a mil problemas de salud, y así es en muchos casos, no en todos.

Rellenar mil y un registros, mil formularios y mil encuestas sería la solución a casi todo.

Alguien pensó en la transformación de las personas, de los profesionales…y en ello andamos.

Todo nos ha llevado a un nivel superior de eficiencia y quizá eficacia.
Quizá transformación de organización y personas sea el camino, quizá esa evolución sea compatible con mantener la esencia, quizá no sólo sea compatible sino imprescindible.

Tenemos la tecnología, usémosla, y quizá añadiendo un plus de humanidad, podríamos alcanzar aquella tan deseada excelencia.

A veces me pregunto…
¿Dónde queda el trato cercano, el aliento, el calor de humano a humano?

¿De verdad no hay tiempo para un hola?

¿De verdad somos máquinas de aplicar protocolos?

¿De verdad un robot podría hacer mi trabajo?

Y llegó la humanización, alguien pensó que nos habíamos pasado algunos pueblos y…humanizamos procedimientos, humanizamos técnicas, edificios, instalaciones, aparatos, pero…¿Cómo humanizamos a esos profesionales saturados, quemados y en no pocas veces astiados del sistema?

No seré yo, simple enfermero de ambulancia, quien diga tener la solución.
Yo solo digo que ojalá aquel fonendo me siga sirviendo para escuchar la inquietud de mi paciente.
Yo solo digo que ojalá nunca me falte ese “hola” al llegar y un “espero que se mejore”, al dejar a nuestros pacientes en aquella cama de hospital; aunque su historia sea digital.

Yo sólo digo que ojalá el calor siga siendo de humano a humano y no de robot a cliente.

 

Una sanitaria de batalla y aquí está…
Una que guardia a guardia se pierde cumpleaños, Noches buenas y viejas, se pierde parte de la vida de sus hijos.
Una que llega a su casa rota y sabe que tiene por delante otra jornada laboral.

Una que, a pesar de dolores, sube con la mochila a un cuarto sin ascensor y baja al paciente igual que su compañero.
Una que se arrastra por el suelo entre cristales, barro y aceite para entrar en un colche volcado.
Una que aguanta el tipo ante amenazas cuando la cosa se pone fea.
Una que muchas veces vi cuerpo a tierra cogiendo una vía, intubando o colocando un collarín.
Una que también ve a sus propios hijos en la cara de nuestros pequeños pacientes y como madre no puede evitar empatía con su dolor.
Una que también suda, ríe, se emociona, pelea, gana o pierde.
Una que es compañera, confesora y amiga.
Una que a veces nos resulta invisible y sin embargo sustenta nuestro Sistema Sanitario.
Una que a fuerza de trabajo y valía busca el hueco que sin duda le corresponde.
Una que puedes ser tú; madre, tía, abuela, prima, amiga… y quizá mañana sea mi hija. Esa hija que hoy pone cara a esta sanitaria de batalla a la que admiro profundamente y hoy, al igual que ayer y mañana, doy las gracias de todo corazón.
Dibujo perteneciente al libro Batallas de una ambulancia.

Un niño de los de antes que fui yo, que pusiste ser tú.
Un día me preguntaba mi hijo que por qué no sabía jugar a la Play, si era de lo más normal y yo también había sido un niño…

Fue una charla larga, llena de preguntas de Pablo y respuestas que me llevaron a otra época…
<<…Nací lejos de aquí, un verano de 1972, un verano de calor duro y seco en el interior de la provincia de Málaga. Fue en un pueblo blanco y bonito llamado Villanueva de Algaidas.
Y fue mi abuelo José, quien montado en el mulo Valeroso, el que se acercó desde el pueblo al campo. A Zamarra, que así se llama el lugar donde me crié, a decir a mi padre que su primer retoño había nacido sano, delgaducho y renegrido.
Mi padre con sombrero de palma blanco y la horca en la mano aventaba una palva de trigo en la era…aquella era sería mi primer parque infantil.
Y el niño salió tragón, una lata de leche NAN cada dos días suponía la mitad del jornal de un padre cuyo único patrimonio eran sus brazos y sus ganas.
Infancia temprana en un cortijo. Cabras, gallinas, un gallo que me picó en mi ceja izquierda y cuya cicatriz aún me acompaña. Arroyos de agua fresca y continua. Olor a cuadra y conejos.
Un perro pastor alemán mi primer amigo.
Animales, huerta, almendros, cereza roja, peras, manzanas…y las uvas como perdición…
Tirachinas, escopetas de caña, canicas de barro cocido, palos y piedras mis primeros juguetes.
Pero no todo era aventura y juegos.

Aceitunas y más aceitunas. Mañanas de frío que congelaban mis orejas y traían los dichosos sabañones. Padrastros en los dedos y barro que clavaban mis pies a la tierra, era pánico a ser engullido por un humedal.
Cántaros de agua desde el caño a la casa, lavar en el arroyo…todo se hacía a fuerza de brazos e ingenio. Todo costaba algo, nada era gratis y su precio era el sudor.
Arrancar garbanzos en las mañanas, muy de mañana, es el trabajo más penoso que recuerdo. Dedos desollados y espalda rota.
Quitar piedras, escardar, regar, quemar leña, desvaretar, cavar olivos…
Recogida de aceitunas y mil tareas de campo al salir de clase, ya viviendo en el pueblo, me impedían ir a jugar al fútbol, no sé jugar a casi ningún juego colectivo, ayudaba en los ratos libres, no había otra y no me siento traumatizado por ello, más bien tremendamente agradecido.

Un abuelo de chistes, historias y dichos me abrió los ojos a un mundo de muy antes. Él nació en 1905 y su vida fue bastante más difícil que estaba siendo la mía, por eso te entiendo Pablo, por eso entiendo que me digas que los tiempos han cambiado y por eso tú tienes lo que yo no tuve. Me alegro por ello.

Pero déjame que te diga que hay una cosa que no ha cambiado, sólo aquel que suda lo que tiene aprende a valorarlo en su justa medida.
Aquel sudor de niño de antes me hizo aprender a valorar lo bueno que me da la vida.
Me hizo aprender a valorar tu esfuerzo.

Me hizo aprender a exigirte para evitarte frustración y dolor futuro.

Me hizo fuerte, no Superhéroe, pero si fuerte y con ganas de salir adelante poniendo sobre la mesa sudor y esfuerzo >>
Un niño de antes que hoy es un enfermero de batalla y narra sus vivencias en el libro Batallas de una ambulancia que ya está a la venta en este blog.