El dolor, esa injusticia

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No leas, es pena pura lo que pasó…Hoy hace tres años o quizá cuatro y qué más da.

Con las consecuencias de lo que hice hoy, sabré mañana lo que he aprendido.

Aquel día estaba de guardia en una base distinta a la mía y la revisión era revisión a fondo, me gusta saber dónde está cada cosa cuando no trabajo en mi “oficina”.
¡Rápido Alberto, nos vamos de aviso!
“Chico de 17 inconsciente, no me han dado más datos”, era la médico con cara de sorpresa la que me lo comentaba.

Y de camino las elucubraciones de qué ha podido suceder…Ninguna de las posibilidades nos colocaba en el drama que nos tocaría, me tocaría vivir…
Un tercer piso de un bloque en el barrio moderno de la antigua ciudad.
Al abrir la puerta me doy de bruces con un antiguo compañero. Alegría tras casi siete años sin saber de él.
Su cara de sorpresa y pena, casi no pude contener las ganas de darle un abrazo.

Pero unas lágrimas en sus mejillas me hacen suponer que la desgracia llegó a su casa y avanzamos por el pasillo sin palabras de por medio.

Tendido de lado, en el suelo del salón, aquel chico joven y extremadamente delgado. Con aquella sudadera gris de los Chicago Bulls…Pongamos que era Gonzalo, que más da.

La madre, en silencio, sujeta su mano.
“Se ha desplomado sin más. Ha terminado de desayunar y ha dicho que no soportaba el dolor, se ha caído muerto al suelo”.

Al girar la cara para valorarlo reconozco perfectamente a aquel chico. La última vez que le vi era un niño de 10 años alérgico al que vacunaba cada 15 días.
Inconsciente,respira y tiene pulso. Gonzalo está vivo.
Satura al 98 %, su glucemia es de 60 mg/dl, TA de 100/57, no tiene fiebre y su latido es fuerte a 80 por minuto.
Sus pupilas son isocóricas y reactivas a la luz.

ECG sin alteraciones. Todo salvo glucemia parece normal.

No todo, aquel cuerpo caquéctico  y aquella tez cetrina de muerte cercana nos estaba anticipando lo que no queríamos creer…Tiene un tumor terminal.

Vía del 18, suero glucosado y a los pocos minutos recobra consciencia…
Náuseas  y Primperan intravenoso que le mitigan sus ganas de vomitar lo poco que había podido comer.

El padre, ese amigo, me coge del brazo y me saca del salón para darme un abrazo y echarse a llorar, lágrimas en mi hombro y lágrimas en mi cara…
“Se nos va , Gonzalo se nos muere”
Un día jugando al baloncesto se sincopó y ahí descubrieron su tumor óseo que le ha quitado la vida en tres meses.

Tras hablar un rato con él, volvemos al salón y es ahí donde el chico me sonríe…se acordaba de mi…”Alberto, me dabas miedo con aquella jeringa, ¿lo recuerdas?, me comenta ya repuesto y sentado en el sofá.
Charlamos, fue un rato de recuerdos, los suyos de infancia y los míos de enfermero recién terminada la carrera. Años bonitos que hoy son recuerdos entre pena.
“Me muero, lo sé y quiero pedirte un favor”.
Duérmeme por favor, quiero dormir y no despertar, por favor duérmeme, necesito morir ya. Estoy sufriendo tanto que necesito morir”.

Otra vez el nudo que me ahogaba el aliento y la sensación de vacío que te embarga cuando sabes que poco podrás hacer.
Te prometo que vamos a quitarte el dolor y vas a poder vivir dignamente, creo que fueron mis palabras.
Gonzalo se encuentra en programa de paliativos y su dosis de mórfico le es insuficiente. La médico coge el teléfono y a la media hora el equipo de apoyo a pacientes terminales aparece por la puerta.
Hay que modificar tratamiento, el dolor no tiene sentido y machaca física y emocionalmente a Gonzalo.

Le administramos su primera dosis da Fentanilo y quedó prescrito en parches.
A los pocos minutos sonríe, “joder esto que me habéis puesto es vida ” dice entre sonrisas.

Un “Muchas gracias” y un abrazo sincero me da antes de salir por la puerta. Abrazo de un niño grande que sabe que nunca podrá ser un niño adulto.

De aquel niño asustado ante aquella minúscula aguja de la vacuna que hoy afronta el peor de los miedos.

Su padre nos dio mil gracias y otro apretón de manos con el que traté de desearle suerte y fuerza para lo que se avecinaba.

De regreso a base, otra vez silencio, otra vez frustración y otra vez “Coño, que injusta es la puta vida”.

No volvió a llorar de dolor, me comentó su padre en una llamada telefónica a los pocos meses. Gonzalo había fallecido triste, pero sin dolor.

Y hoy, tres o cuatro o cinco o quizás más años después, recuerdo a Gonzalo junto al mar. Ese mar en el que lavo uniforme, el que mitigo mis penas y vacío mochila.

Y hoy vuelvo a pensar, vuelvo a tener más claro que ese cielo y ese mar, que vivir el momento tiene todo el sentido. Vivir la alegría, las penas vendrán sin ser llamadas.

Y así otra batalla y así otra profesión.

PD : Como siempre, Gonzalo no se llamaba Gonzalo y su historia queda respetada como no podría ser de otra manera.

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