Una vida plena y un adiós

Compartir:

Una vida plena y un adiós

Ha llovido mucho, muchas hojas han caído y aún hoy recuerdo con ese cariño especial a aquella Carmen. Mi primera paciente.

Hola Carmen, te debía estas letras…

Era el año 93, era Ceuta y con 21 años recién estrenados firmé mi primer contrato como enfermero. Con título y década recién estrenadas me comía el Mundo.

Tres años atrás había dejado mi pueblo, un pueblo bonito de gente tranquila y afable. Villanueva de Algaidas, ese situado en un rincón (de ahí que le llamen Rincona) de la provincia de Málaga. Atrás quedaba el trabajo duro en el campo y una familia humilde que se esforzaba, a golpe de sudor y grietas en las manos, por enviar a su primogénito a tener eso que ellos no pudieron tener…

Era 7 julio cuando me dijeron que trabajaría en un proyecto recién estrenado en la ciudad; hospitalización a domicilio de pacientes terminales. Ilusión y miedo al plasmar la firma en aquel contrato color sepia.

Estaría solo en la calle, visitaría a personas en su tramo final de esta vida. Sabía que salía a perder, me tocaba lidiar con la que nunca pierde y jugaba en su terreno. Nada me hizo perder aquellas ganas de ponérselo difícil, de restarle fuerza y dolor a la muerte. Esa muerte que hoy veo como un mero trámite del aquí al allí.

Con las últimas pesetas de la beca y la ayuda de mis padres me compré aquel maletín de cuero marrón, aquel que mil veces vi en manos del practicante de mi pueblo. Lo llené de material de curas, jeringas, agujas, suero, cremas, sondas, apósitos y si te soy sincero lo tuve que llenar de cojones porque tenía más miedo que vergüenza.

<<Hola, me llamo Alberto y soy el enfermero que a partir de hoy vendrá a visitarla a diario para curar sus úlceras>>, era mi primer domicilio…<<Hola me llamo Carmen y soy vasca, pasa, pasa hijo>>

Mi primera paciente y mi primer contacto con la realidad sin un compañero al que preguntar, sin más ayuda que un Walkie gigante con el que podía solicitar ayuda de un médico si la cosa se me escapaba de las manos.

Ojos pintados de azul intenso, colorete rosa en su mejilla, pulseras, anillos y un gran collar de perlas gordas que enmarca una cara risueña. Peinado de peluquería, pelo naranja cuidado, muy bien peinada.

Bastón de madera y marfil le acompaña en su paso ligero al salón.

<<Siéntate, ¿Quieres un café?>> …Curé sus úlceras, tomé constantes y alertado por su hiperglucemia le informé de la cantidad de insulina correcta…La conexión fue instantánea y surgieron palabras y más palabras… hora y media después abandonaba con prisas mi primer domicilio.

Carmen vivía sola a sus 85 años y un tumor se la estaba llevando, pero como decía ella “tan poco a poco que al final le voy a ganar la batalla por aburrimiento. La ventaja de ser tan mayor, todo pasa a ritmo lento; lo bueno y también lo malo”.

Las fotos de aquel piso me contaban lo que ella corroboraba con palabras. Había sido una mujer elegante, “fui mujer de bandera”, belleza en blanco y negro desperdigada en mil fotos y retratos.

Había vivido una vida de ensueño, lujo y placeres le habían acompañado desde la infancia. Familia acomodada de San Sebastián, había estudiado en el Liceo Francés y Universidad en Suiza. <<Tuve mil amantes y un amor>>, aquel amor que vestía uniforme de Capitán de la Marina Mercante en aquella foto que era la única foto sobre la mesa de aquel salón donde tomábamos aquel café.

Fue un mes, un mes donde establecimos una relación abuela-nieto, una conexión más allá de lo meramente profesional. Me invitaba a merendar y a desayunar los fines de semana. Un encanto de mujer a la que oír era poco menos que meterse en una novela de las de antes. Tanto que contar y nadie que la escuchase. Viuda y sin más familia que un sobrino en el norte con el que poco más que el testamento le unía.

La puta soledad y aquella enfermedad terminal le empujaba a contar su vida en capítulos, día a día con prisa me narraba viajes increíbles, cenas de gala en salones con lámparas gigantes. Trajes de metro y medio de cola, diademas, bailes, fiestas por toda la vieja Europa. Todo era bonito en su vida, a pesar de las mil infidelidades que ella perdonaba e incluso disculpaba. Roma, París, Viena…Vivió tres años en la Costa Azul y aquellos años fueron sin duda los tres años más felices con el final más amargo. Una mala inversión y la ludopatía los llevaron al borde de la ruina. El paraíso se desvaneció y sólo les quedó la sombra del recuerdo.

Fueron a vivir a Tánger, montaron un negocio de exportación y eso les permitió el retiro en Ceuta.

Al despertar una mañana su marido, su razón de ser, al que había acompañado por medio mundo persiguiendo el sueño de llegar a ser inmensamente ricos, ese único amor; era un témpano inmóvil a su lado.

Y vino la soledad, casi la indigencia, hasta conseguir vender lo poco que quedaba de la empresa. Era más que suficiente para vivir los pocos días que le quedaban tras aquel diagnóstico de muerte cercana.

El dolor la despertó una noche de finales de julio y al llegar a la mañana siguiente me esperaba despeinada y sin maquillar. “Me duele mucho, Alberto”. Un mórfico vino a mitigar sufrimiento y a traer somnolencia. << Hoy me voy a morir>>, me dijo tras aquella inyección. <<Sé que hoy es mi último día aquí. Lo sé y no me importa, lo gradezco y lo deseo. He vivido tan plenamente que este trámite no me va a restar un ápice de agradecimiento a la vida. Quiero y necesito irme. He cumplido con creces, son 85 años y en absoluto me puedo quejar>>…Ella no lloraba, yo sí.

<<Alberto, agradezco tu corazón y te doy un consejo; sufrirás, en esta vida y esta profesión sufrirás, pero no cambies, algún día aprenderás a vivir con ello>>

“Venga Carmen déjate de tonterías y deja que te cure que me lías y luego voy con la lengua fuera el resto de la mañana” …

Y fue a la otra mañana cuando me abrió la puerta la chica que dormía con ella desde que en entró en el programa de asistencia integral a pacientes vulnerables, la que con su cara me dijo todo…Carmen no había despertado, murió en aquella cama donde un día había despedido a su único amor.

Fue justo un mes que, hoy pasados casi 25 años, recuerdo con un cariño inmenso.

Fue mi primera paciente y fue la primera paciente a la que tuve que decir adiós desde que ejerzo como enfermero. Y curiosamente poco recuerdo tengo de aquellos cuidados y muchos de aquellas horas de charla y confidencias.

Se fue a sabiendas que se iría esa noche y se fue alegre de haber estado, de haber vivido.

Se fue, se dejó caer como esas hojas caen de árbol tras haber cumplido su ciclo vital…

DEP Carmen F.O

PD: Como siempre nombre y datos clínicos quedan ocultos en el anonimato de usar otros.

 

 

 

 

 

 

Compartir:
0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *