La soledad de nuestros mayores se agudiza en estos días de virus con corona y necesitan de nuestra compresión, de nuestra ayuda.
Alberto Luque Siles
Soledad en tiempos de coronavirus, la soledad más solitaria es aquella que se vive cuando la sociedad nos da la espalda.
Son tiempos de histeria colectiva y tan perdidos en ella andamos que se nos olvida mirar a la parte más débil de la cadena, nuestros mayores. Aquellos y aquellas que un día nos dieron la vida y necesitan de nuestra atención, de nuestros cuidados, de nuestra comprensión y cariño más que nunca.
Personas invisibles abandonadas tras puertas a las que ya nadie llama y hoy agradecerían que nos acercásemos a preguntarles qué tal se encuentran, si necesitan algo, sin en algo le podemos ayudar.
Me pongo en su lugar y no puedo dejar de pensar que la soledad de nuestros mayores, quizá mañana sea mi propia soledad, tu propia soledad.
Hace un tiempo escribí una carta dedicada a una persona olvidada, un aviso real que es reflejo puro de vivir en la más absoluta invisibilidad y hoy te traigo, hoy que tantas personas viven la soledad en tiempos de coronavirus te invito a leer.
20 años de soledad y hoy este enfermero te escribe a ti, a ti paciente sin nombre, a ti soledad en tiempos de coronavirus.
Hace 9 años llegamos a tu rincón de soledad. Tengo anotado tu aviso sin nombre, tengo anotadas unas reflexiones que me dejaste, unas palabras tuyas.
La vida se te escapaba.
Te ahogabas, tu pecho se negaba a admitir más aire, pulsaste el botón de ayuda, ese botón de la soledad y alguien al otro lado del teléfono se dio cuenta que tu vida se te iba de las manos.
A los pocos minutos tocábamos en una puerta de madera pintada y repintada color marrón oscuro, un Cristo metálico adornando la parte superior de la mirilla redonda de latón. Una puerta, que al igual que aquella escalera de viejos escalones, tuvo mejores tiempos.
Oíamos un arrastrar de pies por el pasillo, un sonido de paso cansado.
Al abrir la puerta tu cara azulada, agotado y triste nos indicaba que podíamos pasar. No podías ni hablar, gafas nasales te conectaban a esa máquina de oxígeno con ruedas y una alargadera a la bombona de vida.
Bata granate cachemir brillante, pañuelo al cuello y bigote cuidado. Canas peinadas.
Al sofá y tu saturación por los suelos. Febrícula y fatiga desde hacía dos días, no avisaste antes “por no molestar” . Así llevabas 20 años, arrinconado, olvidado por no molestar.
Oxígeno con mascarilla reservorio, Corticoides, Seguril, Paracetamol… remontaron tu estado físico y tu ánimo como aquella flor mustia que ve venir el agua.
El médico contactó con el Centro de Salud, era sábado y necesitabas tratamiento antibiótico para tu más que probable infección respiratoria que agudizaba tu EPOC.
Y rejuveneciste, la compañía, nuestra compañía te dio vida.
Mientras escribíamos, tus 85 años se sintieron rejuvenecer, te negaste a ser trasladado y una hiperactividad te llevó a ofrecernos café del día anterior, unas pastas, unas galletas.
<<Vivo solo desde que enviudé, me atiende una asistente de lunes a viernes y los fines y de semana me las apaño como puedo. Mis hijos tuvieron muy buena educación y con esa misma educación y mejores palabras me hacen saber que sobro en sus vidas. Lo entiendo, ¿qué les va a aportar un viejo como yo? …>>
Títulos y orlas adornan paredes de papel floreado, fotos que van del blanco y negro al color sepia de los 70, pocas en color.
Fue abogado en Madrid y tras la jubilación, vuelta al pueblo. El matrimonio bien avenido disfrutó unos años hasta que una noche ella no despertó
<<Se fue sin decir adiós. Al despertar vi su cara de Ángel frío como el mármol y supe que mi vida se apagaba aquella mañana>>.
Un bonito funeral, muchas lágrimas y un beso de despedida de los dos hijos varones vuelta a la capital, dejando a un padre, ya enfermo, solo en el antiguo piso familiar.
Y después veinte años de visitas esporádicas y llamadas los domingos.
<<Cuando vienen, lo hacen de visita, ni siquiera duermen aquí, van a un hotel, esta casa no reúne comodidad para un par de días y si para 20 años de soledad…>>.
<>…sonríe.
Mejorado y con ganas de charla te dimos la mano y nos despedimos, ya en el pasillo de salida nos dijiste…
<<Intentad que vuestras vidas sean algo más que cumplir años. Es muy triste hacerse mayor sin nada más que contar >>.
…y estas fueron tus palabras literales que hoy me hacen recapacitar.
Recapacitar, algo en lo que te invito a recapacitar… soledad en tiempos de coronavirus.
¡Qué pena dejar a mi padre arrinconado porque en mi vida no hay hueco para el que me la dio!
¡Qué triste es vivir años vacíos, años sin vida!
¡Vivir por vivir, hasta ser demasiado mayor!
¡Qué triste vivir olvidado por los tuyos, por la propia vida olvidado!
¡Qué triste vivir soledad en tiempos de coronavirus, en cualquier tiempo!
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