Un pie destrozado, la mano agrietada de un padre y la fortuna tuvo trabajo.
Aquella mañana de septiembre, un viernes de finales de septiembre, prometía día soleado.
Al entrar de guardia el equipo saliente no está en la base, “les acaban de dar un tráfico” comenta Oscar, uno de los TES entrantes.
Salida de vía sin consecuencias, una madre y una niña perfectamente sujeta a una buena silla. Esa que había mitigado el impacto, y lo que podría haber sido una desgracia hizo quedar en chapa, pintura y un traslado para valoración a pediatría.
Todo revisado, el interés de la compañera en prácticas nos había llevado a exponer todo el material de trauma y repasar aquel Código correspondiente. Nada ocurre porque si, todo tiene un por qué.
Tomando el segundo café de aquella mañana vuelve a sonar el teléfono y en minutos la ambulancia recorre los escasos 5 minutos hasta aquella bodega en las afueras donde un varón ha sufrido un accidente laboral “Pie atrapado en un sin fin”.
Mi pregunta fue contestada desde la parte de atrás por un compañero que entiende del tema…
“¿Qué es eso de un sin fin?”
[Una máquina para triturar la uva, como un gran molino metálico. ¡Una putada!].
“¡Purga suero Manu!”
Al llegar, un portón verde gigante y una cola de tractores seguidos de remolques y más remolques cargados de uva.
Un gran patio olor a mosto, moscas miles…y al fondo un Policía Local nos llama brazos en alto, carreras…
Un chico joven con pie derecho atrapado entre unos afilados discos de acero al fondo de una tolva.
Cara de dolor intenso entre gritos y lágrimas de angustia, “¡Me muero, si me traga me tritura!”
No imagino angustia peor que la que genera pensar que vas a morir de esa forma.
“¡No quiero morir por favor, no quiero morir, soy muy joven!”
Ha caído del remolque al depósito donde cae la uva justo antes de ser triturada. Ha tenido la suerte de que el padre estaba justo al lado del botón que para el molino. Aquel botón rojo había sido salvación venida de la mano agrietada de su padre.
El pie no es visible, hasta el tercio inferior de la tibia ha desaparecido dentro de la trituradora.
Hay que mitigar dolor a la espera de que los bomberos consigan invertir el sentido de giro del sin fin y así poder sacar aquel pie catastrófico.
Sólo él está dentro de aquel depósito en forma de pirámide invertida llamado tolva.
Su padre y otro hombre le sostienen de las axilas.
Tiene buenas venas y ya he cargado Fentanilo.
Por un momento consigo que controle respiración, me mire a los ojos y me hable de su vida, se relaja mínimamente y alarga una mano hacia arriba, suficiente, para estando yo tumbado en el suelo, se la sujete y entre vía a la primera.
“¡La tengo Jesús!”
Fentanilo primera dosis que mitiga parte del dolor, requiere una segunda y una tercera.
Por fin un bombero consigue desbloquear la máquina y hacer girar aquellos discos que van sacando un pie destrozado.
Con un arnés sujeto por axilas y cintura conseguimos elevarlo. Con él en el aire sujetamos pie y colocamos férula que estabiliza aquella fractura abierta que apenas sangraba.
Al colchón de vacío y revisamos heridas.
Cura local, fractura alineada y vuelta a la férula.
Ha tenido una suerte inmensa, el pie no ha sido totalmente cortado, fractura y luxación con pulso pedio conservado.
El padre ha dejado de temblar, “la herida es lo de menos”, “¡hijo te quiero, deja de pensar en la dichosa uva, que le den por saco!”. Y un abrazo sobre la camilla justo antes de entrar en la ambulancia.
Durante el breve trayecto su cara es otra cosa y ya bromea, “A punto de ser salchichón”…
Traslado sin dolor y directo a quirófano tras un breve paso por Box vital.
Salió bien, podría haber sido otra desgracia, aquel día la diosa fortuna estaba de nuestro lado, del lado de aquella niña, del aquel chico joven que se veía convertido en salchichón.
Una silla y un botón sirvieron para hoy narrar anécdotas en lugar de dolor.
Y así otra batalla y así una profesión.